Operación Neptuno.
El salitre impregnaba la ropa de los operativos, el rugido del motor del viejo barco de pesca se mezclaba con el aullido del viento que presagiaba tormenta.
La misión, rescatar a P. Morgan, un rehén americano de meses. El presidente Reagan había sido claro: "No negociamos con terroristas". Con la noche cayendo, la operación se ponía en marcha.
Cloney, apostado en la cubierta, apuntaba con su M-60 hacia la costa, donde se alzaban las siluetas de unas casas solitarias. El resto del equipo se preparaba para el asalto, la adrenalina palpitando en sus venas. Al desembarcar en la zodiac, la arena húmeda se pegaba a sus botas mientras avanzaban sigilosamente hacia el objetivo.
Casa por casa, registraron el lugar hasta dar con Morgan, pálido y demacrado, pero con vida. "Vámonos", ordenó García. Pero justo cuando creían haberlo conseguido, dos sombras surgieron de la oscuridad y acribillaron a Schumacher. La furia se apoderó de los operativos, que acabaron con los atacantes en un instante.
Misión cumplida. Seis enemigos abatidos y un agente herido de gravedad. La noticia llegaría a Reagan, quien seguramente exclamaría: "Estos son mis muchachos, ¡yippie-ki-yay!".
Pero en ese momento, en medio del oleaje embravecido, solo había cansancio, dolor y la satisfacción de un deber cumplido.
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